"DIES IRAE"
Dies Irae ("Día de la
ira") es un famoso himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano
Tomás de Celano (1200-1260), amigo y biógrafo de San Francisco de Asís. También
se han considerado como posibles autores al Papa Gregorio Magno, San Bernardo
de Claraval o los monjes dominicos Umbertus y Frangipani. Suele considerarse el
mejor poema en latín medieval, y difiere del latín clásico tanto por su
acentuación (no cuantitativa) como por sus líneas en rima. El metro es
trocaico. El poema describe el día del juicio, con la última trompeta llamando
a los muertos ante el trono divino, donde los elegidos se salvarán y los
condenados serán arrojados a las llamas eternas. Este himno se usó como
secuencia en la Misa de Réquiem de rito romano hasta la revisión del Misal
Romano de 1970.
Traducción.
Día de la
ira, aquel día
en que los
siglos se reduzcan a cenizas;
como
testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto
terror habrá en el futuro
cuando el
juez haya de venir
a juzgar
todo estrictamente!
La trompeta,
esparciendo un sonido admirable
por los
sepulcros de todos los reinos
reunirá a
todos ante el trono.
La muerte y
la Naturaleza se asombrarán,
cuando
resucite la criatura
para que
responda ante su juez.
Aparecerá el
libro escrito
en que se
contiene todo
y con el que
se juzgará al mundo.
Así, cuando
el juez se siente
lo escondido
se mostrará
y no habrá
nada sin castigo.
¿Qué diré yo
entonces, pobre de mí?
¿A qué
protector rogaré
cuando ni
los justos estén seguros?
Rey de
tremenda majestad
tú que,
salvas gratuitamente a los que hay que salvar,
sálvame,
fuente de piedad.
Acuérdate,
piadoso Jesús
de que soy
la causa de tu calvario;
no me
pierdas en este día.
Buscándome,
te sentaste agotado
me redimiste
sufriendo en la cruz
no sean
vanos tantos trabajos.
Justo juez
de venganza
concédeme el
regalo del perdón
antes del
día del juicio.
Grito, como
un reo;
la culpa
enrojece mi rostro.
Perdona,
señor, a este suplicante.
Tú, que
absolviste a Magdalena
y escuchaste
la súplica del ladrón,
me diste a
mí también esperanza.
Mis
plegarias no son dignas,
pero tú, al
ser bueno, actúa con bondad
para que no
arda en el fuego eterno.
Colócame
entre tu rebaño
y sepárame
de los machos cabríos
situándome a
tu derecha.
Tras
confundir a los malditos
arrojados a
las llamas voraces
hazme llamar
entre los benditos.
Te lo ruego,
suplicante y de rodillas,
el corazón
acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo
de mi destino.
Día de
lágrimas será aquel renombrado
en que resucitará,
del polvo
para el
juicio, el hombre culpable.
A ese, pues,
perdónalo, oh Dios.
Señor de
piedad, Jesús,
concédeles
el descanso. Amén.
Mozart. Requiem KV 626. 03 Dies Irae
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